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Escuchar la voz de los místicos requiere una disposición intelectual abierta y capaz de enlazar en nueva síntesis los distintos componentes del lenguaje, reducir la aparente contraposición entre las palabras y las cosas y conjugar muy cuidadosamente los aspectos elocutivos con la materia tratada. A la vez, la prosa y la poesía místicas no pueden entenderse aisladas del contexto histórico y literario en el que surgieron, pues la frontera entre lo divino y lo humano se vuelve aquí imperceptible y los textos componen una estrecha torcedera en la que todo es uno y lo mismo. En santa Teresa y san Juan de la Cruz el itinerario de la mente y el del lenguaje literario ofrecen caminos dispares que a veces se entrecruzan o dispersan pero cuyo recorrido es, en todo caso, un desafío a cualquier intento de explicación.

Los trabajos de la mística, como los de la escritura, conforman un camino de perfección lleno de escollos que cada autor trata de salvar a su manera, ya sea para elevarse a las más altas esferas de lo inefable o para llegar al centro en el que culmina la batalla interior, allí donde la palabra se adelgaza hasta el extremo para convertirse en silencio. Así, el paradigma del águila y el de la tela de encuentro sirven, en esta ocasión, para perfilar el doble proceso de la escritura mística.

La poesía de san Juan y santa Teresa, ya sea en prosa o en verso, se distancia del lenguaje conceptual y teológico, ofreciendo no pocas novedades en su empleo. El proceso se repite igualmente con el lenguaje ordinario, transformando poéticamente los aparentes descuidos, al hilo de una tradición profana que a su vez se entreteje en los trazos y lazos de lo religioso. De ahí el imperativo de insertar los estudios sobre la obra de ambos autores en las coordenadas filológicas y místicas, para que los instrumentos de una y otra disciplina se apliquen de modo que nada quede al descubierto, a sabiendas de la dificultad que impone cualquier intento de exégesis en uno y otro campo.

La crítica no deja de ser el desarrollo de un arte marginal y efímero, crecido como glosa explicativa que nunca debe entorpecer el cuerpo del texto al que acompaña, y que es, en definitiva, el que cuenta y sobrevive a los estragos del tiempo. Pero si eso es siempre así, cuánto más en el caso de unos autores que, por elevación y anchura, superan siempre cualquier intento de explicar lo inexplicable.

A esta tarea se ha aplicado durante años Aurora Egido, catedrática de la Universidad de Zaragoza, y el resultado es esta iluminadora colección de estudios.