Descripción:
Mientras que la Galia pasó a ser Francia por la eficacia política del reino de merovingios y carolingios, Hispania no pasó a ser Gotia tras la destrucción del poder de los godos en 711. A partir de entonces su significado siempre estuvo en tensión con el significado de al-Ándalus. La derrota del ejército godo, vulnerable frente a los contingentes bereberes y árabes, supuso la apertura de la península a los procesos mediterráneos dominados por la potencia expansiva del islam.

El proceso histórico de islamización que se conoció entonces fue extremadamente complejo y estuvo plagado de tensiones. Desde la fundación del Emirato por parte de El Emigrante y la elevación de la dinastía carolingia, el solar hispano fue territorio poroso de musulmanes, con creciente conciencia civilizatoria tras la llegada de los discípulos de Malik; de eremitas, que habitaron los territorios desarticulados desde el Duero hasta las cornisas montañosas norteñas; y de mozárabes, siempre indecisos entre la emigración al norte, la integración heterodoxa, la conversión al islam y la resistencia en las ciudades andalusíes.

Solo el poder franco estabilizó a los caudillos cristianos astures y gallegos, y sostuvo la Marca y los condados pirenaicos, dejando como lugar de ósmosis, guerra y comercio el territorio de los Castillos y Pamplona. Esas tensiones internas y externas forjaron paulatinamente a los nuevos pueblos cristianos y mantuvieron la vida urbana andalusí en una floreciente revolución agraria, constituyendo el inicio de todos los procesos históricos posteriores. EREMITAS, ANDALUSÍES, MOZÁRABES analiza la inteligencia que reflexionó sobre estos procesos: los primeros cronistas, las polémicas teológicas entre Elipando y Beato, la formalización de la teoría política franca con Jonás de Orleans, la paulatina implantación de la escuela malikita en el emirato, la reacción de los cristianos mozárabes y la renovación divergente del recuerdo goticista tanto en la Marca como en el reino asturleonés con Alfonso III.