Descripción:
En un principio no existían ni el día ni la noche y los warao vivían en tinieblas, hasta que un hombre envió a sus dos hijas a la casa del joven dueño de la luz. La mayor se distrajo en el camino, pero la hija menor logró traer la luz a su pueblo. Un cuento en acuarelas sobre el origen del sol y la luna que refleja los paisajes de los caños del Delta del Orinoco.

- Premio Fundalibro, 1995
- Concurso NOMA de Ilustración, 1996
- White Ravens, 1996
- Los Mejores del Banco del Libro, 1996



LOS WARAO habitan los caños y las islas del delta del ortnoco, en el extremo nororiental de Venezuela. El nombre warao significa ‘gente de canoa’, lo cual refleja la importancia que tiene esta embarcación en la vida de los habitantes del delta. Los niños aprenden desde muy jóvenes a manejar su curiara, o canoa, a bordo de la que pasarán gran parte de su vida. Tradicionalmente, cuando moría un warao lo sepultaban en su curiara.

En las islas pantanosas del delta, abundan diversas especies de palmeras: una de ellas, la palma moriche, es considerada como ‘el árbol de la vida’. Antes de la introducción de nuevos cultivos como el ocumo chino, el arroz, el maíz, la yuca y el plátano, la comida básica de los warao era la yuruma, preparada con el almidón extraído de la fécula del moriche. También los frutos y el corazón, la savia y hasta las larvas que se crían en los troncos de estas palmas se aprovechan como alimento. Otras partes del moriche sirven para la fabricación de pisos, techos, cuerdas, arpones y excelentes chinchorros.

La casa es conocida como hanoko o ‘lugar del chinchorro’: es este el único mobiliario en las viviendas tradicionales. En las comunidades ribereñas, un tipo de casa, el palafito, se construye sobre troncos a orillas de los caños. El fogón permanece encendido y está a cargo de las mujeres: durante el día, se utiliza para cocinar, y, de noche, se coloca debajo de los chinchorros para que dé calor y ahuyente a la plaga. Tradicionalmente, las pertenencias más importantes y los objetos rituales se guardaban en ‘torotoros’, bellas cajas o petacas tejidas.