- Voz y selección del autor. Presentación de Elena Poniatowska

Description:
¿Estoy leyendo a Góngora? ¿Leo a Quevedo? ¿Vivo en el Siglo de Oro? Este lenguaje arcaico me hace girar en el fondo de los tiempos. La prosa de Daniel Sada me pide que guarde el compás. Lo único que vale es su ritmo: me lleva de la mano en un baile tenso de endecasílabos, octosílabos; una voltereta y regreso al punto de partida. Dime Daniel qué va a pasar. No, Elena, espera, aquí viene otra espiral. Su tono es el de la música, su modo es único, o me cautiva o dejo el libro y le digo que no. No Daniel, no te leo; no Daniel, no bailo contigo y doy la media vuelta y me escapo. Deliberado, mal intencionado, Daniel persiste. Qué fuerte es y qué envolvente. Reclama por encima de mis jalones y mi solicitud: ‘Daniel, por favor, no puedo con tu exuberancia, devuélveme a mi lugar, allí donde me encontraste sentada.’

‘Elena, yo no hago crónica de los sucesos inmediatos, voy más allá de la literalidad y tienes que seguirme. Yo escribo así, entiéndeme. Haz un esfuerzo; si no lo haces vas a quedar fuera. No renuncies a la dificultad. ‘ Inquietante, singular, Daniel exige. Supongo que no puede hacer otra cosa. Hay dentro de él algo que muchos escritores quisieran y no tienen porque no han ido más allá de la inmediatez: estilo, un estilo que para él es ley, su modo de ser, su modo de vida, su oído, su forma de captar los sonidos de la tierra y volverlos lenguaje, la estricta libertad de su imaginación literaria y su triunfo al hacer que la poesía y la prosa narrativa sean una sola en una ronda --siempre la ronda del planeta Tierra que gira día y noche- en la que las frases tomadas de la mano diluyen las fronteras que separan a los hom bres.

El amor a la métrica Daniel se lo debe a su maestra Pan chita Cabrera.
Tuvo la gran fortuna de estudiar la primaria en Sacramento, un pueblo en el centro mismo de Coahuila, muy cerca de Monclova, donde nació su madre Moraima, que de árabe sólo tiene el nombre porque ése le gustó a su padre, ahora abuelo de Daniel. En Sacramento enseñaba una maestra que tenía una biblioteca fantástica de pura literatura clásica, y con ella aprendió las primeras letras y al mismo tiempo la métrica que doña Panchita ponderó desde el primer día del primero de primaria. ¡Cuál no sería